Pedro Di Mango
En mi familia somos cinco hermanos varones y los cinco somos bomberos voluntarios. Mi padre fue comandante de este cuerpo y nosotros seguimos la línea. Para mí ser bombero es un sentimiento, una vocación que la tenés que llevar en el corazón. Como el médico que estudia para salvar una vida.
Entré a Bomberos en el año 67, tengo 66 años, así que tuve miles de incendios. Me acuerdo del primer incendio grande al que me llevaron: cerca del Parque Lezama, en una fábrica de heladeras. Un comandante, que cumplió 89 años ahora y en esa época era sargento, me dijo “Pedro, vení conmigo”. Me llevó y me enseñó a trabajar con la línea.
Antes de que yo entrara, todas las casas de los bomberos tenían una campanilla. Había un cableado que atravesaba todo el barrio por los techos de los conventillos y a cada hora bajaban la campanilla. Cuando había incendio, la campanilla sonaba tres veces. La gente en aquellos tiempos colaboraba porque éramos todos conocidos del barrio y la casa tuya era la casa mía. Recuerdo un incendio en el Hospital Argerich; reventó la caldera y, también, un tubo de amoníaco. Tuvimos que bajar a todos los enfermos para trasladarlos a otro hospital. En esa época no había equipo autónomo así que nos poníamos un barbijo mojado y trabajábamos así. Yo creo que los bomberos de nuestra época tuvimos un dios aparte, porque estábamos más expuestos, teníamos menos recursos, y los incendios de entonces eran distintos a los incendios de ahora, pero gracias a dios nunca perdí un compañero.
Un grupo de 6 o 7 bomberos retirados armamos la Escuadra Reserva. Nos reunimos en el cuartel, tomamos mate, jugamos a las cartas, y cuando hay salidas queremos salir. Nosotros tenemos las ganas, la experiencia y todavía sentimos que estamos para salir a un incendio, pero la ley no lo permite.
Los bomberos para mí es… no sé cómo decirlo… es mi vida. Sí, los bomberos es mi vida.
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